La memoria es una guarida

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Se perdió en el tiempo cuando murió su Paloma.

Resulta que Miranda demostró que la demencia senil es una condición de la gente que huye dentro de su memoria hacia distintos lugares del pasado, con tal de nunca encarar el presente.

Cuando era muy pequeña quedó huérfana, y antes de sentir la inmensidad del abandono, conoció a una mujer que le llevaba 15 años. Paloma, se convirtió en compañera y  con el tiempo, en pareja de Miranda. Su relación fue un eje, o quizás una estructura sólida en la que Miranda cimentó la razón de su propia existencia. El amor es una cálida guarida.

Acató sin conflictos el hecho de cuidar y aún más, de convertirse en madre de los hijos que Paloma había tenido en un matrimonio anterior. Pasaron los años, vivieron su vida juntas y con el tiempo la pareja envejeció hasta que la piel se les aglomeró a cada una en pliegues que dibujaban fractales en forma de rombos; planeaban morir juntas, pero por más que Paloma intentó esperarla tuvo que partir antes, una tarde entre semana a los 80 años; sus últimas palabras para no volver a despertar fueron: “Trátenmela como a un tesoro”.

Dicen que Miranda cayó en shock. Que no habló por 3 días y que no pegó los ojos ni para parpadear. Después de eso se levantó una mañana como si nada hubiese pasado; retomó su rutina y se dispuso a cocinar mientras sacaba las sartenes de las repisas.
–Mamá ¿estás bien?
–Sí, Karla. ¿Ya te pusiste el uniforme?
–Mamá, hace como 40 años que no uso uniforme
–Karla, ponte el uniforme y dile a Paloma que ya venga, que le toca hacer el jugo de toronja

Karla no quiso despertar a Miranda ni sacudirla de su letargo imaginario. Pensó que al menos había salido de la crisis y que hablaba, y que se movía y que se veía ocupada con ganas de seguir y no quedarse más en pausa.

Los días continuaron hasta acumularse en meses. Miranda no regresó por  algunos años al presente y la vida que comenzó a vivir transcurría en momentos aleatorios, dentro de la línea del tiempo que iba del día que había conocido a Paloma, al último segundo que habían pasado juntas; no antes ni después.

Habitar sus recueros fue una defensa para evitar el dolor. Su memoria se convirtió entonces en un refugio permanente y viendo siempre hacia atrás, pudo proyectar las imágenes del pasado en un supuesto presente.

Los hijos adoptivos de Miranda la visitaban constantemente y para ella interpretaban a veces a sus hermanos cuando eran jóvenes, otras, a sus amigos de la juventud, a sus primas y luego otra vez a sus hijos; adolescentes, niños o adultos. Con su presencia escenificaban la historia de su vida. Dentro de este relato ficticio, Paloma siempre estaba arriba en el cuarto o apunto de llegar a la casa; ausente pero siempre viva.

Fue sólo antes del momento de morir, que Miranda despertó inmediatamente del sueño autoinducido, como si fuera una emergencia regresar al presente y tomar el tren de su partida. Antes de emprender el viaje miró al vacío y por primera vez aceptó que Paloma había muerto algunos años atrás: –Querida, voy contigo –la escucharon decir sus hijos, en el idioma de los últimos suspiros.

Hoy en día sabemos que Miranda no enloqueció, sino que se sostuvo primero de Paloma y luego en el tejido de sus recuerdos, para no sentir nunca el terrible vértigo de las ausencias.

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